lunes, 23 de septiembre de 2013

Personajes (XVII)

"...sus ojos cayeron sobre un desconocido, solo en el vestíbulo, que la miraba fijamente con tan fría impertinencia que despertó en ella un sentimiento mixto de placer femenino por haber atraído a un hombre y de turbación porque su vestido era demasiado escotado. No le pareció muy joven: unos treinta y cinco años. Era alto y bien formado. Escarlata pensó que no había visto nunca a un hombre de espaldas tan anchas ni de músculos tan recios, casi demasiado macizo para ser apuesto. Cuando sus miradas se encontraron, él sonrió mostrando una dentadura blanca como la de un animal bajo el bigote negro y cortado. Era moreno, y tan bronceado y de ojos tan ardientes y negros como los de un pirata apresando un galeón para saquearlo o raptando a una doncella. Su rostro era frío e indiferente; su boca tenía un gesto cínico mientras sonreía, y Escarlata contuvo la respiración. Notaba que aquella mirada era insultante y se indignaba consigo misma al no sentirse insultada. No sabía quién era, pero sin duda alguna aquel rostro moreno revelaba una persona de buena raza. Aquello se veía en la fina nariz aguileña, en los labios rojos y carnosos, en la alta frente y en los grandes ojos."



Así aparece Rhett Butler en la novela, a través de la mirada de Escarlata en la fiesta en Doce Robles; Frank Kennedy mantenía con él relaciones comerciales y le había invitado a acompañarle al condado de Clayton. En la película, una atenta observación nos permite descubrir a Gable con unos segundos de antelación a ese famoso plano suyo al final de la escalera: pasa justo detrás de Frank y Escarlata y con toda probabilidad tiene ocasión de escuchar el descarado flirteo, lo que le hace detenerse para observar con mayor detenimiento a aquella muchacha tan especial.

Cathleen Calvert nos da las primeras pistas sobre el misterioso visitante: expulsado de West Point por disoluto y pendenciero y de su casa de Charleston a los 20 años por ne-garse a casarse con una joven con la que salió de paseo hasta el anochecer sin carabina. Más tarde averiguaremos que de la fiebre del oro en California en 1849 pasó a Suramérica, Cuba y Centro América y que se le atribuyen actividades de tráfico de armas y de jugador profesional.

Rhett cumple todos los requisitos de oveja negra de una buena familia y aparenta ser un individuo despreocupado al que únicamente interesa su propio beneficio. No será hasta muy avanzada la historia cuando descubramos, por propia confesión suya, que es capaz de amar con denuedo y que su corazón no es tan insensible como Escarlata ha creído durante largo tiempo.

La dureza externa es a menudo una capa que protege a la persona de los innumerables golpes de la vida. Rhett ha aprendido a reírse de todo y a conocer los hilos con los que manejar a los demás: a la par que se enriquece burlando el bloqueo, no deja nunca de llevar regalos a aquellos que en un momento u otro pueden serle útiles. Sabe cambiar de bando a tiempo y lo hace de una forma honrosa en apariencia, quizás en un arrebato de sincera culpabilidad que le honra, cuando se une al ejército confederado, o cuando en bien del futuro de su hija retorna a ser el caballero sudista que su familia hubiera deseado.

Su temperamento de jugador no puede resistir el reto que Escarlata significa: enamorada de otro hombre (o eso dice), Rhett se dispone a plantarle cerco en una operación que durará años, pero que resultará a la postre un fracaso. Quizás le divertía más la lucha que la rendición. En todo caso, su desilusión es grande al comprobar que todo el amor y pasión que siente por Escarlata no halla respuesta en ella. Intenta transferirlo a su hija Bonnie, que sí es capaz de devolverle el cariño que le da; pero cuando la niña muere, Rhett sabe que ha llegado la hora de recoger la baraja:

“no era ya la cabeza de un joven príncipe pagano en oro recién acuñado, sino la de un César de cobre, cansado, y decadente y gastado por el prolongado uso”.

Rhett es un hombre formado cuando comienza la historia, joven todavía, de gran presencia física y elegante porte, que encuentra gran diversión en soltar verdades y comportarse de manera contraria a la esperada. La autoridad establecida dice que él no es un caballero; “pues bien”, parece haberse dicho, “no seré un caballero”.

Es la conducta típica de los que han perdido algo que consideraban importante: renegar de todo y de todos, burlarse de los que dictan las normas y de los que las siguen, crear un mundo propio y unas reglas propias. En eso Rhett se parecía a su abuelo pirata. Margaret Mitchell efectúa esa comparación en su novela, y no cuesta mucho imaginar a Rhett en la cubierta de un galeón, los ojos negros brillantes y la sonrisa burlona pintada en el rostro de Gable (o de Flynn, que encarnaba a la perfección esa faceta del personaje, aunque no su mundo interior).

Pero, como decimos, Rhett no deja de tener corazón y de comportarse en ocasiones como se esperaba de un hombre criado en el Sur, en la tradición de Charleston. Enemistado con su padre, “lo que se llama un distinguido y viejo caballero, de la antigua escuela, es decir, ignorante, testarudo, intolerante...”, mantiene la relación con su madre y con su hermana, a quienes intenta ayudar durante la guerra y la reconstrucción a pesar de que su progenitor le ha prohibido que lo haga. Sabe tratar a los niños y a las personas de edad, y admira incondicionalmente a Melania, la única persona a la que confiará sus torturas en dos momentos en verdad difíciles.

A los cuarenta y cinco años, Rhett se ha cansado del juego. Se ha comportado como la gente esperaba que lo hiciera una oveja negra, cumpliendo el papel que le habían asignado. Ahora, se dispone a vivir la vida que quizás había deseado siempre, en busca de esa simetría, esa perfección y esa tranquilidad que no le habían permitido encontrar. Después de todo, no se puede vivir peligrosamente toda una vida...

Rhett encarna en GWTW la masculinidad más tipificada y el modelo del hombre nuevo que surge de la guerra de Secesión, en contraposición con el personaje de Ashley, que representa con matices a la anterior generación.

Butler posee un físico atractivo y un carácter violento e iconoclasta. Es independiente, activo, tiene un pasado incierto plagado de aventuras y experiencia, posee educación y cultura pero no las usa a menudo, es buen negociante y prospera a costa de los demás, pero es generoso cuando quiere; habla de sus deseos sexuales sin tapujos, bebe, fuma, cabalga y es buen tirador...

Pero a esta acusada virilidad se añade también una mayor amplitud de miras en su relación con las mujeres, a las que concede la posesión de la inteligencia: en concreto a Escarlata, a quien permite continuar con sus negocios hasta que vislumbra la posibilidad de perderla. Le habla con franqueza, olvida los miramientos tradicionales y la coloca en su mismo plano, buscando quizás más una compañera de aventuras que la pasiva figura femenina al uso. Rhett ejerce de protector cuando Escarlata ha ido demasiado lejos, no antes: no tiene reparo en dejarla abandonada a su suerte en el camino de Tara, porque sabe que ella se las arreglará perfectamente. Si se hubiera tratado de Melania, con seguridad habría permanecido con ella todo el trayecto.

Un detalle acerca de Rhett llama la atención de las señoras de Atlanta: su amplio conocimiento de las modas femeninas, su buen gusto para el vestir y su facilidad para dar consejos al respecto. No estaba bien que un hombre supiera de aquellos temas y que no tu-viera reparo en hablar de ello; el mismo Rhett se encarga en ocasiones de escoger el vestuario de Escarlata, a quien considera carente de gusto, y su mayor preocupación mientras está en la cárcel yanqui es que le permitan tomar un baño.

Si Escarlata se desvía del modelo de madre establecido, Rhett hace lo propio con el de padre, alterando así el prototipo: asume muchas de las tareas atribuidas a una madre cuando decide labrar el futuro de Bonnie, suple las carencias de su esposa en ese terreno y transmite a su hija el amor que no puede darle a Escarlata y que Bonnie acepta y devuelve.

En la novela, la escritora nos muestra en varias ocasiones a Butler en su trato con los niños propios y ajenos (sin olvidar a su misterioso pupilo); se preocupa por los problemas de Wade y Ella, juega con los críos…

La llegada al mundo de Bonnie Blue también nos facilita la visión de una faceta que diferencia a Rhett del resto de sus contemporáneos en semejante trance: En una sociedad en la que engendrar niñas se suponía un menoscabo para la virilidad del progenitor y que el esposo deseaba ante todo y sobre todo un varón que continuara su estirpe, no hay hombre más feliz en Atlanta que Butler cuando Melania (en la novela) le anuncia que es padre de una criatura del sexo femenino:

“¿Quién quiere un niño? Los chicos no son ninguna diversión; no son más que un manantial de preocupaciones. Las niñas sí que son un encanto; no cambiaría yo ésta por una docena de chicos”. Y entonces ha querido coger a la niña, desnuda como estaba; pero yo le agarré por la muñeca y le dije: “¡Ya verá, señorito Rhett! Ya llegará el día en que tenga usted un niño y entonces le veremos gritar de alegría”; pero hizo una mueca y movió la cabeza diciendo: “Mamita, está usted loca, los chicos no sirven para nada; yo soy buena prueba de ello”.

Aunque le hace recomendaciones sobre el vestuario, le presta pañuelos y calma sus agitados sueños, pocas veces Rhett actúa como un padre para Escarlata, un rasgo que le diferencia del resto de los maridos de su época, caracterizados como protectores y guías de las indefensas damas.

Sin embargo, hay un momento en que Gerald y Rhett se unen en uno mismo para Escarlata: cuando, asustada y al borde de la histeria se apoya contra Rhett mientras formula su vehemente deseo de ir a Tara y huir de Atlanta sitiada, Escarlata percibe el aroma a coñac, tabaco y caballos que tanto le gustaba en su padre y que instintivamente le había gustado en los demás hombres.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Genіal, he descubiеrto muy utіl tu ωeb, que
platilla uѕas?, puеԁo pοner un linκ tuyο en mi wеb?
un сοrdiаl sаludο!


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