La protagonista de la novela y la película tiene dieciséis años al comenzar el relato de Lo que el viento se llevó. En su aspecto físico se entremezclan los rasgos de sus progenitores, pero en cuanto al carácter poco a poco dejará de seguir las pautas que Ellen y Mammy le enseñaron para parecerse más a su padre, el irlandés Gerald.
Su belleza no es convencional, pero sabe como usarla para
materializar sus deseos: barbilla puntiaguda, anchos pómulos, ojos verde
pálido, sin mezcla de castaño, sombreados por negras y rígidas pestañas,
levemente curvadas en las puntas, negras y espesas cejas, sesgadas hacia
arriba, que cortaban con tímida y oblicua línea el blanco magnolia de su cutis.
No hay que olvidar tampoco el reducido tamaño de sus pies y manos y de su
talle, diecisiete pulgadas.
“Los ojos verdes en la cara afectadamente suave eran
traviesos, voluntariosos, ansiosos de vida, en franca oposición con su correcto
porte. Los modales le habían sido impuestos por las amables amonestaciones y la
severa disciplina de su madre; pero los ojos eran completamente suyos”.
Los ojos son una de las armas más efectivas de Escarlata; con ellos atrae, enamora, confunde, conquista, desprecia, ríe... y con los avatares de su vida llegarán a parecerse a los de un gato hambriento.
En cuanto a su cultura, los dos años pasados en la academia
de Fayetteville no le sirvieron de mucho, a no ser para descubrir cierto
talento para las matemáticas, que en el futuro le será muy útil. A lo largo de
la novela Escarlata sufrirá algunas “planchas” cuando alguno de sus
interlocutores haga una referencia a los clásicos.
No aprecia a ninguna otra mujer, excepto a su madre, y sólo
al final se dará cuenta de que Melania era como ella, fuerte, bondadosa, una
gran señora.
Desde dos años atrás estaba poseída de una secreta pasión por Ashley Wilkes, su vecino. Pasión que no es más que un capricho, un espejismo, como sabremos doce años después. Pero el amor por Ashley será uno de los motores que impulsen a obrar a Escarlata a lo largo de la novela y la película. A obrar de un modo muy poco femenino, que es un aspecto fundamental del personaje.
La vitalidad, la valentía, la tenacidad, son cualidades que
los demás atribuyen a Escarlata y que les atraen cual un imán precisamente
porque se las supone una rareza en una mujer: “cuando Escarlata se excita, todo
el mundo se entera; no se domina como hacen otras chicas”, comentan los
gemelos, a los que atrapa esa diferencia. Melania ruega su constante compañía
para estar protegida, Ashley se siente atraído por Escarlata porque es todo lo
que él no es, además de por sus encantos físicos, que también cuentan para
Rhett, que la desea por su franqueza, porque no es igual que las demás jóvenes
del Sur y representa una novedad y un desafío para él.
Aunque su ideal es seguir el modelo de Ellen, las
circunstancias obligan a Escarlata a desviarse de él, es decir, a dejar a un
lado el comportamiento pasivo de la mujer y pasar a la acción, empleando medios
totalmente nuevos que le abren camino por la sorpresa que causan en los demás.
Ahora bien, cuando todo falla, la señorita O’Hara sabe recurrir a los
tradicionales ardides femeninos, como unas lágrimas a tiempo, una sonrisa
deslumbrante o un vestido nuevo, todos puestos al servicio de su inteligencia,
posesión que estaba vedada al sexo débil.
Convertida en cabeza de familia, Escarlata asume el papel reservado a los hombres de mantener económicamente la casa. Toma decisiones y descubre que le gusta hacerlo tanto como el dinero, cuya carencia encuentra insoportable. Emprende negocios que van más allá de la venta de labores y de lecciones de música y no tiene reparo en mostrarse contenta con el resultado de sus transacciones, detalle que horroriza a la sociedad de Atlanta.
“¡Cómo los envidiaba! ¡Qué cosa tan bella era ser hombre
y no tener que sufrir las penas por las que había atravesado momentos antes!”
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