sábado, 8 de noviembre de 2008

Un secreto difícil de guardar

Margaret Mitchell sentía pasión por la exactitud, sobre todo desde el momento en que supo que su novela iba a publicarse y su famila, amigos, conocidos y miles de personas en Georgia iban a examinar con ojos críticos todo lo que se relacionara con fechas, lugares, batallas, vestidos, comidas, acentos… y que apareciera en Lo que el viento se llevó.

No quería que la pillaran en un error y, aunque había realizado una exhaustiva investigación mientras escribía su libro, redobló sus esfuerzos para que en la revisión no se le escapara ningún gazapo. Con GWTW ya publicado, no tuvo reparo en contestar, enumerando fuentes, aquellas preguntas que ponían en duda tal o cual detalle que había incluido y que al corresponsal o crítico le parecían equivocados.

Por eso resulta más chocante, aunque en cierta manera comprensible, el empeño de Mitchell en ocultar su edad al público, cuando cualquiera podía preguntar en Atlanta y probablemente obtener la fecha sin mayores complicaciones. La autora de Lo que el viento se llevó nació el 8 de noviembre de 1900, pero no le gustaba confesarlo ni que nadie lo mencionara. En su boda se quitó dos años y sustrajo casi 8 de su edad real cuando se sacó el carné de conducir.

Fuera por coquetería o por su intenso deseo de que respetaran su intimidad, esta insistencia en guardar el secreto parece un vano intento, comparado con lo que le cayó encima a partir de 1936, cuando se publicó Gone With The Wind. Hasta entonces era conocida en Atlanta como la hija de los Mitchell, como reportera y como aquella jovencita que había escandalizado a la ciudad en un baile con una danza apache de lo más provocativa. Lo normal para la época…

Pero la excepcional fama que le reportó su novela llevó consigo una parte menos agradable que Margaret soportó muchas veces con la proverbial simpatía sureña, pero también con algún que otro portazo.

La gente la asediaba por la calle, en su casa, por carta, por teléfono, en los establecimientos comerciales a los que pronto tuvo que dejar de ir, en los actos sociales… querían saber dónde estaba Tara, quién había sido su modelo para Escarlata, si Rhett y su todavía esposa volverían a reunirse alguna vez, sus actores favoritos para la película, recomendaciones para obtener un papel, detalles íntimos sobre Margaret y su familia, autógrafos, fotografías dedicadas, artículos periodísticos, conferencias, bautizos de barcos de guerra, donaciones, contribuciones, firma de libros… un alud inacabable de peticiones de lo más variopinto que acabaron por sobrepasar en más de una ocasión a la diminuta Margaret.

Sus precauciones en cuanto a salvaguardar su edad verdadera también tuvieron un curioso resultado: muchos de los lectores tenían la impresión de que la persona que había escrito Lo que el viento se llevó había vivido realmente en la época en que estaba ambientada la novela y por lo tanto se imaginaban que Margaret tenía, por lo menos, 70 años.

2 comentarios:

G. K. Dexter dijo...

El ansia de saber (sobre los demás), consustancial al ser humano.
Resulta paradójico que ante semejante asedio se preocupara tanto por ocultar un dato tan nimio como su edad verdadera. Aunque desde luego es una decisión por completo respetable. Pero al tiempo también curiosa.

Un saludo cinéfilo.

caveat emptorium dijo...

Hola,
La señora era un compedio de contradicciones... y el público de hace 70 años tan ávido de detalles inconsecuentes como ahora, cuando la frontera entre lo privado y lo público está difuminada.
Saludos

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