La génesis, el rodaje y la llegada a la pantalla de Citizen Kane (Ciudadano Kane, 1940) han producido tanta literatura como Lo que el viento se llevó. No en vano se trata de una obra maestra que marcó un antes y un después en el llamado Séptimo Arte. Orson Welles, entre otras cosas, tomó todas las convenciones del lenguaje cinematográfico, les dio la vuelta e hizo avanzar el cine un paso de gigante como no se recordaba desde los tiempos de Griffith.
Esa pirueta estuvo a punto de no ver nunca la luz porque Welles y Mankiewicz habían tomado como modelo para su ciudadano a un “intocable”: el magnate de la prensa W.R. Hearst y su amante, la actriz Marion Davies. No todas las piezas del puzzle coincidían, pero las que lo hacían apuntaban directamente hacia San Simeon, y a Hearst no le gustó ni pizca que se airearan sus intimidades en la pantalla.
En la película para televisión RKO 281 (1999) se nos cuenta una versión de cómo se ideó Ciudadano Kane y cómo Hearst intentó que la película no llegara a estrenarse.
En un determinado momento, varios jefes de los estudios más importantes de Hollywood (que tenían poder, mucho poder, pero dependían de sus superiores en la Costa Este) se reúnen para discutir si ceden al chantaje y aúnan sus fuerzas para hacer a la RKO (la productora de Ciudadano Kane) una oferta que no podrá rechazar.
Alrededor de la mesa se sientan Louis B. Mayer, Samuel Goldwyn, Walt Disney, Jack Warner, Harry Cohn… y David O. Selznick, que muestra la sombra de una duda y afirma que no deben aceptar presiones. Cohn le replica: “No todos hemos hecho Lo que el viento se llevó. Algunos no podemos permitirnos tus escrúpulos”.
Crítica ‘Blitz’ (2024)
Hace 56 minutos
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