George Cukor, que preparó Lo que el viento se llevó desde finales de 1936 y abandonó la producción en febrero de 1939, cuando se llevaban unas dos semanas de rodaje bajo su dirección, nació el 7 de julio de 1899, en Nueva York, en el seno de una familia húngara.
Enamorado del teatro, la escena sería una constante durante toda su vida, ya fuera dirigiendo obras en sus primeros años en Rochester o en su larga carrera como director cinematográfico, donde el propio teatro o el asumir una personalidad diferente estarán presentes casi siempre.
Cukor se inclinó con preferencia por la dirección de actores, aunque sin descuidar la puesta en escena; se apoyó en la sabiduría de los técnicos para colocar la cámara donde y cómo quería, sin demasiados alardes, para concentrarse en sacar lo mejor del guión y sus intérpretes, tanto actores como actrices; la etiqueta de “director de mujeres” oscurece el excelente resultado de la colaboración de Cukor con Cary Grant, James Mason, Rex Harrison, James Stewart o Ronald Colman.
Hollywood reclamó a Cukor con la llegada del sonoro, en calidad de director de diálogos, como en All Quiet On the Western Front (Sin novedad en el frente, 1930). Luego codirigió tres películas y, para su estreno como director en solitario, tuvo nada menos que intentar doblegar a Tallulah Bankhead. Pero Cukor hacía buenas migas con casi todos (sólo en privado se permitía sacar su lado más ácido, aunque no se privaba de encadenar palabrotas en público), y encontró un buen amigo en David O. Selznick cuando fue contratado por la RKO. Entre los dos “descubrieron” a Katharine Hepburn (que debutó en A Bill of Divorcement (Doble sacrificio, 1932) y fue a partir de entonces íntima de Cukor, con quien trabajó más que con ningún otro), y colaboraron en What Price Hollywood? (Hollywood al desnudo, 1932), Dinner at Eight (Cena a las ocho, 1933), Little Women (Las cuatro hermanitas, 1933)…
Ya en la MGM, Cukor dirigió el grueso de su carrera (Romeo y Julieta, Margarita Gautier, Mujeres, Historias de Filadelfia...) sin olvidar su fugaz paso por The Wizard of Oz, donde no rodó nada que aparezca en la versión final, pero sí fue fundamental su aportación para el aspecto de Dorothy y la malvada bruja del Oeste.
No todo fueron éxitos, claro está, pero Cukor supo salir a flote casi siempre, incluso después de abandonar el paraguas protector de la Metro, y continuó explayando sus horizontes: el color, con A Star is Born (Ha nacido una estrella, 1954), que fue también su primer musical, un género que le dio su único Oscar como director, por My Fair Lady (My Fair Lady, 1964); el rodaje lejos de Hollywood, con Bohwani Junction (Cruce de destinos, 1956), o la televisión, donde reunió a Hepburn y Olivier en Love Among the Ruins (Amor entre ruinas, 1975).
George Dewey Cukor falleció en 1983, dos años después de dirigir su última película, Rich and Famous (Ricas y famosas).
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