Pocos meses después de su publicación, Lo que el viento se llevó se editó también en el sistema Braille. Ocupaba doce volúmenes y era la novela más larga que aparecía en ese formato hasta entonces, pero tuvo tanto éxito entre los invidentes como entre el resto de los lectores.
Una de las personas que tuvo acceso a la novela de Margaret Mitchell de esta manera fue Helen Keller, que se la llevó en su equipaje en un viaje a Oriente en la primavera de 1937.
Keller, ciega y sorda desde pocos meses después de su nacimiento, echaba de menos a la que fuera su primera guía en un mundo hasta entonces extraño para ella; Ann Sullivan había muerto y la sensación de pérdida de Escarlata cuando se entera de la muerte de su madre encontró eco en su corazón, así como muchos otros detalles de GWTW.
Helen era sureña y la novela le hablaba de cosas cercanas, aunque su aguda inteligencia le hizo comprender muy pronto los puntos más negativos de un pasado que todavía dejaba su huella de ignorancia, odio y pobreza en sus contemporáneos y los peligros de una nostalgia que cubría con un velo engañoso los aspectos más brutales de una época que no debía volver.
Helen se sintió confortada por el hincapié que Mitchell hacía en la fortaleza y la esperanza para el futuro, pues ella también se encontraba en un momento difícil y, tras disfrutar del libro y analizarlo, apenas volvió a mencionarlo. Pero nos dejó algunas de sus impresiones: le parecía una obra deliciosa, pero repetitiva; Escarlata era una “criatura totalmente egoísta, como Regan en El Rey Lear o la emperatriz Catalina”; “Me alegré mucho al ver cómo Escarlata se transformaba de ser una consentida belleza sureña en una trabajadora responsable y valiente”. Rhett era “completamente egoísta, sarcástico y amargado” y “sin corazón”.
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