jueves, 26 de junio de 2008

Sidney Howard, guionista

Sidney Coe Howard fue la primera elección de Selznick para escribir el guión de Lo que el viento se llevó, aunque también había pensado en Ben Hecht, que a la larga también trabajó en la película.

Howard, que nació el 26 de junio de 1891, había conseguido el premio Pulitzer de teatro en 1924 por They Knew What They Wanted (filmada en varias ocasiones) y era autor de obras como The Silver Cord o Yellow Jack, así como de la adaptación escénica de Dodsworth, de Sinclair Lewis, que adaptó él mismo al cine (Desengaño, 1936).

Firmó el guión de Arrowsmith (El doctor Arrowsmith, 1931) y colaboró en The Prisoner of Zenda (El prisionero de Zenda, 1937) mientras estuvo en la Selznick International trabajando en GWTW. Su obra The Late Christopher Bean fue adaptada al cine en 1933, bajo el título Christopher Bean (El difunto Christopher Bean), así como The Silver Cord lo fue por John Cromwell el mismo año.

Alumno de las universidades de Berkeley y Harvard, veterano de la Primera Guerra Mundial, periodista, políglota y hábil adaptador y traductor, además de prolífico autor, fue miembro fundador de The Playwright Company, creada en 1938 por un grupo de dramaturgos para poder producir sus propias obras.

Para desesperación de Selznick, a Howard le gustaba trabajar en su granja de Tyringham, Massachusetts, y allí elaboró las “notas preliminares al guión”, el primer bosquejo de guión para Gone With the Wind, que luego sufrió diferentes variaciones, fue arrinconado y rescatado del olvido para darle el crédito final y el Oscar a título póstumo (la primera vez que sucedía), ya que el escritor había fallecido cuando la película estaba aún en producción: fue arrollado por el tractor que trataba de arrancar, en agosto de 1939.

Sidney Howard rebosaba energía, pero toda su vitalidad era poca a la hora de tratar con el inagotable Selznick, que pedía revisión tras revisión, una nueva escena aquí y un corte allá… y siempre sin desviarse de lo que marcaba la novela.

Howard demostró tener una paciencia ilimitada, pero sus criterios no siempre coincidían con los del productor, cuya palabra era la ley. El escritor era partidario de reducir los diálogos y mostrar más que contar, rebajar el tono melodramático de algunas secuencias y mantener un ritmo en toda la película que no debía acelerarse ni reducirse notablemente.

Supo condensar perfectamente la novela, conservando su esencia y espíritu, y por ello los directores siempre volvían a su guión, a pesar de las sucesivas revisiones de otras manos. El guión definitivo de GWTW es muy semejante a lo que Howard había planteado a principios de 1937 y sobre el que trabajó en los meses siguientes hasta que acabó por rendirse (tenía un hijo en camino, además), aunque volvió a Hollywood durante un par de semanas en pleno rodaje.

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