Margaret Mitchell era, desde su infancia, una lectora voraz, aunque sus gustos se apartaran de los clásicos al uso.
De hecho, su padre la sobornaba con el pago de 5, 10 y 15 centavos para que terminara los libros que los Mitchell pensaban que debía conocer, pero ni la amenaza de una buena azotaina con la zapatilla de su madre consiguió, al parecer, que Margaret leyera a Thackeray o Tolstói; ya adulta, confesaba que todavía no lo había logrado.
La autora de Lo que el viento se llevó afirmaba que sus lecturas de “clásicos” habían terminado cuando tenía doce años y que siempre le habían interesado más la poesía y las novelas de misterio, las revistas para jovencitas y, por supuesto, los libros sobre la Guerra Civil; su hermano dijo en alguna ocasión que Margaret prefería aquellos libros que no pedían análisis al lector, que estaban llenos de acción y la atraparan desde los primeros párrafos.
Es posible que Mitchell no llegara a leer nunca Vanity Fair (La feria de las vanidades), pero han sido muchas las reseñas de GWTW que apuntan a las semejanzas entre Becky Sharp y Escarlata O’Hara y entre las dos novelas.
Tampoco fue capaz de terminar Guerra y Paz, pero quizás si avanzó lo suficiente en Ana Karenina para que un párrafo de Tolstói emparente a la desdichada Ana con la agobiada Escarlata:
"No, ahora no puedo pensar en eso —se decía [Ana]—. Lo dejaré para otra ocasión, cuando esté más tranquila.
Pero esa tranquilidad, ese sosiego tan esperado, no llegaba nunca. Cada vez que pensaba en lo que había ocurrido, en lo que sería de ella, se sentía llena de angustia y apartaba esas ideas. "Después, después... —se repetía— Cuando esté más tranquila".
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