Sam Wood iniciaba su segunda semana como director de Lo que el viento se llevó completando la secuencia en la que Escarlata regresa a una Tara devastada.
La película avanzaba, pero Selznick no estaba satisfecho del todo; aprovechó un descanso dominical para ir en misión de paz a visitar a Victor Fleming y reclutó a Gable y a Leigh para que se mostraran arrepentidos de sus pecados: el uno por negarse a llorar tras la muerte de Bonnie y la otra por no acatar el punto de vista del director. Se supone que, por el bien de la película, ambos aceptaron ser los portadores de la bandera blanca en forma de los ya citados love birds, en tanto Selznick usaría de nuevo un argumento más convincente: una participación en los beneficios de la película.
Parece que Fleming no se sintió muy aplacado por esta última estrategia y replicó al productor: “No sea loco, David. Esta película va a ser uno de los mayores elefantes blancos [algo muy costoso y que no da ningún beneficio] de todos los tiempos” ("Don't be a damn fool, David. This picture is going to be one of the biggest white elephants of all time"). Pero el aspecto contrito de ambos actores (que por algo eran actores, de diferente escuela, pero hábiles en su oficio) empezó a ablandar a Fleming, que sacó las bebidas.
Selznick apeló entonces al amor propio del director, diciendo que necesitaba la fuerza, el ritmo, la grandeza que Fleming había dado a Lo que el viento se llevó hasta su partida y que la competencia de Wood no podía igualar, a pesar de contar con el apoyo magistral de Menzies y el del resto del equipo.
El orgullo herido de Fleming experimentó una rápida curación y su “agotamiento nervioso” comenzó a desvanecerse...
jueves, 8 de mayo de 2008
Los directores no son de piedra
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