Las vacaciones, bien lo sabemos, no son eternas. Selznick había dado unas semanas de descanso a la parte del equipo de Lo que el viento se llevó que todavía seguía en situación de alerta, pero, a principios de octubre de 1939, después del primer pase sorpresa y una buena ración de montaje, era necesario terminar lo que estaba pendiente y rodar algunos planos que se consideraban necesarios.
Victor Fleming, que había dejado sus energías en los rodajes de El mago de Oz y GWTW, se había retirado a su rancho para intentar recuperarse de tanto trajín, pero se acercó al estudio para colaborar en el montaje, primero, y luego para dirigir las tomas que el productor tuviera a bien ordenar.
Gable, que se despidió de Rhett en agosto, disfrutó al fin de parte de la luna de miel que había dejado en el aire y también se dedicó al rancho que compartía con Carole, pero la MGM ya le tenía preparado otro rodaje para octubre.
El reposo de Vivien Leigh fue menos idílico: durante su breve estancia en Inglaterra la amenaza de guerra era palpable, y no podía olvidarse de ella con un “Fiddle-dee-dee!” a lo Escarlata. Dejó a su hija con su marido, Leigh Holman, y volvió a Estados Unidos con su madre y con Olivier a mediados de agosto; unos días después estallaba la guerra y Gertrude Hartley tuvo que regresar inmediatamente, porque era muy probable que Holman fuera llamado a filas y alguien tenía que cuidar de la pequeña Suzanne.
La preocupación por su familia y amigos en Inglaterra, donde, además, no se había avanzado nada en el deseado doble divorcio que Vivien y Larry esperaban para casarse, se sumó al disgusto por haber perdido el papel de la segunda señora de Winter, que había querido interpretar junto a Olivier, y la posibilidad de que ella no pudiera estar con él por sus compromisos contractuales si Olivier tenía que cruzar el océano de nuevo para servir a la patria.
Y estaba aquella dichosa secuencia del porche que no acababa de gustarle a Selznick…
Crítica ‘Blitz’ (2024)
Hace 2 horas
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