El negro es el color del luto, que Escarlata rechaza. Una convención cuya ruptura significaba, para la sociedad, no amar al marido muerto ni respetar su memoria; en cambio, a Escarlata le parece insoportable verse obligada a vestir de negro el resto de su vida. El recuerdo de Charles Hamilton le trae sin cuidado, lo que le irrita es verse privada de lucir aquellos maravillosos modelos a los que estaba acostumbrada y que formaban parte de su encanto, como unas armas más para cautivar a los hombres.
El luto, los vestidos negros con aquel odioso velo de crespón hasta las rodillas que sólo podría acortar a la altura de la espalda pasados tres años, la asimilaban al resto de las mujeres casadas y viudas, es decir, hacían que su figura y personalidad se desvanecieran en un conjunto informe en el que sería imposible distinguirse.
Y eso era lo que la mortificaba: no poder ser ya el centro de las miradas, pasar todos los años que le quedaban por vivir en las sombras, en una “no existencia” en que la sociedad sumergía a las matronas y a las que habían perdido al marido. Ni aún casándose de nuevo podría volver a los colores de antaño.
Pero todo esto, como sabemos, no es más que una nube pasajera: a instancias de Rhett Escarlata se despoja poco a poco del luto y vuelve a lucir creaciones multicolores, como bien se encargó de mostrar Walter Plunkett.
Por azares de la historia Escarlata O'Hara termina la película vestida de negro, al coincidir la muerte de Bonnie con la de Melania (algo más alejadas en el tiempo en la novela), lo que vuelve más expresivo todavía el rostro de Vivien Leigh, que, pálido y lloroso, se destaca a la perfección del resto de su cuerpo en unos instantes tan vitales.
Los ardientes y burlones ojos negros de Rhett tienen gran protagonismo a lo largo de la novela, y también son de ese color los de Ellen y Charles y Melania Hamilton.
domingo, 16 de marzo de 2008
Negro para el luto
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