Dejamos atrás los besos de Escarlata a Ashley Wilkes, un hombre de honor que reserva lo mejor de sí para su esposa; ahora es el turno de Rhett Butler, que no se cansa de repetir que no es un caballero.
El asunto de los besos no surge entre ellos hasta el momento en que Rhett le lleva a Escarlata un sombrero de París. Como pago, afirma que se quedará satisfecho con un beso en la mejilla, ya que ella está dispuesta a concedérselo.
En la novela, cuando Escarlata le acusa de mentirle sobre el estado de la guerra, él le apuesta un beso a que los yanquis llegarían en un mes a la ciudad. La mención de un beso cambia su miedo en alegría pero, juguetona, replica que antes la besaría un cerdo. Rhett concede que sobre gustos no hay nada escrito y que siempre ha sabido que a los irlandeses les gustaban los cerdos.
El beso de Rhett en la palma de la mano, cuando le propone que sea su amante, en tanto ella esperaba una declaración en toda regla, hace que algo emocionantemente eléctrico recorra el cuerpo de Escarlata; esa sensación la confunde, porque está convencida de que ama a Ashley y no a Rhett, pero aquellas cosas no le sucedían en las raras ocasiones en las que el caballeroso Wilkes la rozaba con sus labios.
Un soldado que parte a la guerra se merece un beso, cómo no. Y Rhett no duda en robárselo a Escarlata, después de haberla sacado de Atlanta y de asegurarse de que podrá seguir su camino sin demasiados sobresaltos.
Ella ha de reconocer que es muy agradable estar en los brazos de Rhett, notar su bigote cosquilleándole la boca y sentir sus labios cálidos sobre los suyos, percibir cómo bajan por su garganta y se detienen a la altura del broche que cierra su corpiño... hasta que la fría razón vuelve y recuerda que Butler va a dejarla casi a merced de los yanquis. El primer beso de Rhett y Escarlata que vemos en la película se cuenta entre los más famosos de la historia del cine, y recoge casi literalmente lo descrito por la escritora en la novela.
La próxima vez que se ven Rhett está en la cárcel y Escarlata se ha engalanado para que él le preste dinero para sacar a Tara adelante. Un beso en la mejilla o en la frente, como buenos "hermanos", es lo máximo que puede permitir ella, coqueta, aunque unos minutos después se ofrecerá en cuerpo y alma a aquel hombre que la confunde.
Para arrancarle el “sí”, porque no está dispuesto a tener que atraparla de nuevo entre dos maridos, Rhett pone todo su arte osculatorio en su declaración tras el funeral de Frank Kennedy. Los pensamientos de Escarlata se transmiten a su rostro: no quiere volver a casarse porque cree pertenecer a Ashley y desea reservarse para él aun sabiendo que no es posible su unión.
El guión cinematográfico hace que mencione que “siempre habrá otro hombre”, lo cual impulsa a Rhett a demostrarle que ni siquiera “ese hombre” sabe besar como él (¡por la camisa de San Pedro!). La deja anonadada:
“ser besada de aquel modo le resultaba extraño, pero también agradablemente excitante”.
El matrimonio comienza bien en materia de arrumacos: Rhett calma las pesadillas de su esposa con un beso, recibe uno como premio cuando le asegura que podrá arreglar Tara, la besa en el cuello segundos antes de que Escarlata le anuncie su deseo de no tener más hijos...
Pero pronto las relaciones irán enfriándose entre ellos y la última vez que estarán lo bastante cerca para mantener contacto no acontecerá hasta que un Rhett borracho, celoso y lleno de rabia, le demuestre que es más fuerte que ella en una orgía de besos y demás efusiones que texto y película dejan a la imaginación del público en una elipsis muy sugerente... y controvertida.
miércoles, 20 de febrero de 2008
"Kiss me, Scarlett" (II)
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