Vivien Leigh fascina al espectador desde el primer momento en que vemos su rostro en Lo que el viento se llevó. Pero, si conseguimos apartar los ojos de ella por un instante, nos daremos cuenta de que reina la confusión en el porche de Tara.
Mientras los humanos conversan, caballo y perros se entregan a un simpático juego de aparaciones y desapariciones entre plano y plano. Las prisas siempre son malas consejeras, y, en octubre de 1939, tras agotadores meses de rodaje, las cámaras tomaban una vez más la primera secuencia de la película. A esas alturas, todos debían estar más que hartos y dejaron vagar a los animales a su antojo.
No sospechaban que 7 décadas después un invento diabólico iba a permitir al espectador más meticuloso desviar sus ojos de lo importante para fijarse en lo banal, como ese cojín que se volatiliza del sillón cuando Escarlata se levanta por segunda vez y deja a los Tarleton plantados en el porche.
La carga de la vida (Jinsei no onimotsu, Heinosuke Gosho, 1935)
Hace 13 minutos
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