La aparición de la frase “ya lo pensaré mañana” y sus variantes a lo largo de la novela es una especie de punteo, un sistema de compuertas que se abren y se cierran, enmarcando períodos en la evolución del personaje.
Por eso no es de extrañar que, a medida que avanza el relato, se intensifique su presencia. De media docena de apariciones en las dos primeras partes, entre la tercera y la cuarta el número se multiplica por cuatro, para disminuir otra vez en la última.
El mecanismo de defensa falla en algunas ocasiones, resulta inútil en los momentos más trascendentales de su vida. Así, cuando yace agotada en un campo arrasado cerca de Tara, recién recibidos los choques de saber que su madre, su guía, su modelo, ha muerto y que su padre ya no es el mismo, Escarlata, que todavía es una niña mimada y caprichosa, intenta no pensar en el giro drástico que ha dado su vida, pero, por una vez, se encuentra en un punto muerto:
“Ya no tenía energías para decirse: “Pensaré en mamá y en papá, y en Ashley y en todas estas ruinas más adelante... Sí, más adelante, cuando pueda soportarlo”. No podía soportarlo, pero pensaba en ellos ahora, lo quisiera o no.”
Tiene que pensar en ello, tiene que asumir que el mundo en el que había vivido hasta entonces ya no existe, y debe hacer planes. Por eso permanece tendida, vencida, pensando en el futuro. Pero se levanta.
Este momento es un punto de inflexión que Margaret Mitchell ha ido postergando hasta colocarlo en el lugar óptimo para causar un gran impacto. El lector ha visto cómo Escarlata ha pasado de la opulencia de las primeras páginas a contemplar con terror el proceso de la guerra. Cualquier otra mujer de su educación y época se hubiera dado por vencida. Ella, en cambio, resurge con renovadas fuerzas.
Materialista, su idea de la Providencia es también particular. Educada en el catolicismo, pronto su religiosidad se deteriora. El propio Dios le parece un obstáculo, un enemigo más. Rezará pidiendo ayuda, pero no obtendrá respuesta, al menos una que satisfaga sus planes, y renegará de los principios inculcados por Ellen.
Pero el Dios de su infancia aparecerá de nuevo más adelante como un furioso vengador contra el que también se estrellará por unas horas la defensa habitual de Escarlata. Será después de la muerte de Frank, cuando ni siquiera se atreva a usar su frase amuleto porque el terror al castigo la envuelve de forma brutal. Intenta recurrir entonces a una barrera artificial, el brandy:
“Deseaba llegar a estar tan completamente bebida y tan inconsciente como Gerald acostumbraba a estarlo en los días de recepción. Entonces acaso pudiese olvidar el sepultado rostro de Frank...”
Ya no habrá más “mañana” para Frank, ni posibilidad de enmendar su conducta para con él, como ella había deseado. La llegada de Rhett y sus razonamientos atenuarán el sentimiento de culpa y otra vez Escarlata rechaza todo análisis.
De nuevo en un momento importante, cuando su mundo vuelve a sufrir otro choque terrible, cuando muere Melania,
“...las palabras mágicas habían perdido su poder. Ahora tenía que pensar en dos cosas: en Melania y en cuánto la quería y la necesitaba, y en Ashley y en la inexplicable ceguera que le había impedido verlo como realmente era. Y sabía que estos pensamientos la herirían con la misma intensidad mañana y todos los mañanas de su vida.”,
el único recurso es buscar una nueva seguridad, tal vez Rhett, tal vez el hogar.
miércoles, 27 de febrero de 2008
"Ya lo pensaré mañana" (III)
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