viernes, 25 de enero de 2008

El prisionero de Selznick

La víspera del comienzo del rodaje principal de Lo que el viento se llevó debió de ser un día especial para muchos, desde Vivien Leigh a la más humilde (pero pieza fundamental también, sin duda alguna) de las costureras del departamento de vestuario, pasando por el director, George Cukor y todos y cada uno de los departamentos implicados en la producción.

Seguro que todos contaban las horas hasta el momento de empezar su trabajo el día siguiente y poder decir que, por fin, "aquello" estaba en marcha. En la cúspide de la pirámide, Selznick se daba confianza a sí mismo con una nota a su socio y financiador, Jock Whitney, en la que, aunque confesaba que tenían tres guiones diferentes y que el que iban a rodar no estaba ni mucho menos a su gusto, no había que preocuparse: él, afirmaba, se sabía la película del derecho y del revés; mientras no le atropellara un autobús, estaba seguro de poder sacar la empresa adelante: contaban con casi todo el reparto (faltaban Belle y Frank), los decorados estaban listos, el vestuario aprobado...

En cuanto al guión, no puede decirse que GWTW tuviera uno definitivo hasta que terminó el rodaje, pero no fue por falta de colaboradores. Los escritores seguirían entrando y saliendo durante los meses siguientes de la misma manera que lo habían hecho en los años anteriores al primer golpe de claqueta.

Quizás el escritor con más ganas de que llegara pronto el 26 de enero fuera Michael Foster (1904-1956), que fue contratado para intentar acortar el guión lo más posible sin que se perdiera nada fundamental y trabajar en que el paso de una escena a otra fuera fluido. Los afortunados que han podido comparar las diferentes versiones del guión nos cuentan que las pautas marcadas por Foster se diluyeron en las aportaciones de sus sucesores, sobre todo en las dos últimas horas de la película.

En la última semana de diciembre de 1938 Selznick alquiló una casa para el escritor, que por contrato tenía prohibido abandonarla hasta nueva orden. Foster podía pedir lo que quisiera y el estudio se lo haría llegar (y cuando decímos "lo que quisiera", incluímos también un poco de compañía un par de horas), pero no podía salir de la casa.

Durante cinco semanas, Michael Foster fue... "el prisionero de Selznick". El productor tenía aún fresca su versión de El prisionero de Zenda, que se estrenó en septiembre de 1937 y debió de acordarse de la novela de Anthony Hope para asegurarse de que Foster no se distraía en su labor...

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