La gestación de Gone with the Wind está tan cuajada de peripecias
como la vida de Escarlata O’Hara: en 1926, para entretenerse mientras se
recuperaba de un tobillo roto, "leídos todos los libros de las
bibliotecas, excepto los de ciencias exactas", Margaret Mitchell había empezado
a escribir la historia
“de una chica que era algo así como Atlanta, parte del
Viejo Sur, parte del nuevo Sur; cómo floreció como Atlanta, cayó como ella para
resurgir de nuevo; lo que Atlanta le hizo y lo que ella le dio a Atlanta y el
hombre que era mucho más que una pareja para ella. Cogí todo eso y lo metí en
un ambiente que conocía tanto como el mío propio”.
Durante los tres años siguientes continuó “a pequeños
empujones”: su artritis le impedía a menudo avanzar tan deprisa como deseaba,
no quería que nadie supiera que estaba escribiendo o qué escribía (cubría la
maquina con una toalla cuando había visitas), los compromisos sociales la
alejaron de su escritorio cuando su salud mejoró... y cuando los Mitchell se
mudaron de casa, Lo que el viento se
llevó no era más que un conjunto informe de cuartillas mecanografiadas en
las que se mezclaba la historia con recetas de cocina y textos que nada tenían
que ver con ella y que fueron a parar al trastero. Otro accidente la llevó de
nuevo a rescatar las peripecias de aquella tal “Pansy O’Hara”, pero en 1929, a falta
del capítulo inicial y otros dos intermedios, Peggy recobró su vida social y su
novela parecía destinada a dormir el sueño de los justos.
Finalmente, en 1935 sacó su montón de folios inconexos del
armario donde los había encerrado y en un confesado momento de debilidad los
entregó a Harold Latham, un editor de la Macmillan que recorría el Sur en busca
de material publicable.
La insistencia de su marido y de Latham y un comentario de
otra escritora aficionada consiguieron que Peggy Mitchell, picada en su amor
propio, se decidiera a recolectar los paquetes por toda la casa, reescribir en
una tarde la que creía la mejor versión de las seis que existían del primer
capítulo, y presentarse en el hotel del editor, que se iba esa misma noche de
la ciudad y que tuvo que comprar una maleta nueva para poder transportar el voluminoso
legajo[1]. La escritora se
arrepintió casi inmediatamente de haberse dejado llevar por su orgullo y pidió
que le devolvieran el original, pero la historia estaba ya en marcha.
En abril de 1935 Latham le pidió permiso a la señora
Mitchell para que la editorial pudiera considerar la historia para publicar.
Pasado ese examen con buena nota, llegó el momento del contrato, que la
escritora firmaría a principios de agosto para ponerse a trabajar de inmediato
en las correcciones que le parecían necesarias.
Esa labor la llevaría a finales de enero de 1936, meses que
empleó entre otras cosas en cambiar el nombre de su protagonista (Pansy O’Hara
se convirtió en septiembre de 1935 en Scarlett O’Hara), el de la casa de su
padre (Fontenoy Hall pasó a ser Tara), el de su madre (Eleanor D’Antignac por
Ellen Robillard), escribir un nuevo comienzo (que sería revisado varias veces),
decidir de qué forma moría el segundo marido de Escarlata, encontrar el título
definitivo, recabar la colaboración de Wilbur Kurtz y de la Biblioteca Carnegie
de Atlanta para que la cronología y los detalles de la guerra fueran correctos,
repasar los censos para que los nombres de los personajes no coincidieran con
ninguna persona que hubiera vivido en aquel período y aquella zona ...
Después llegó el turno de repasar y devolver las galeradas,
lo que M. Mitchell hizo por entregas hasta la última semana de marzo de 1936.
Apenas 15 días después ya estaban listos algunos
ejemplares para ser distribuidos a críticos especializados y a las compañías
cinematográficas.
[1] Para complicar más
las cosas, entre los folios de lo que sería Lo
que el viento se llevó iba también otra novela, Ropa Carmagin. La editorial la consideró demasiado breve y planteó
sus dudas sobre la conveniencia de publicar al mismo tiempo dos trabajos de una
escritora todavía desconocida. Margaret Mitchell no permitió su publicación
posterior y destruyó el original.
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