La voz que todos obedecían en Tara, mucho más que la de Gerald, pertenecía a su esposa, Ellen. Tenía 15 años cuando conoció al que sería su marido, en Savannah, su hogar. De ascendencia francesa, atrajo de inmediato al pequeño irlandés con sus ojos oscuros, nariz recta, voz dulce y suave y modales tranquilos y dignos.
Para todos es la quintaesencia de la dama del Sur: orgullosa
sin ser altanera, modales tranquilos, serena siempre, generosa y caritativa,
tenaz y comprensiva. Una suave melancolía la rodeaba, producto del recuerdo de
su primo Philippe, a quien la familia Robillard apartó de su lado por ser un
tanto disoluto y que se llevó consigo todo el ardor del corazón de Ellen. Fue
en este triste momento cuando Gerald apareció en su vida, y el señor Robillard,
presbiteriano, prefirió concederle la mano de su hija antes que verla tomar los
hábitos. Aunque Ellen y Gerald disfrutaron de un matrimonio feliz, ella morirá
con el nombre de Philippe en sus labios.
El tifus, una consecuencia más de la guerra y el
empobrecimiento que llevaba consigo, segará la vida de Ellen. Lo contrajo al
cuidar a los Slattery, blancos pobretones que moraban cerca de Tara, cuya hija
Emmie mantenía relaciones con el capataz de la plantación, Jonas Wilkerson.
Ellen, que atendía las dolencias de blancos y negros que a ella acudían, estaba
debilitada por los grandes esfuerzos de aquellos tiempos, y su organismo no
pudo con la enfermedad.
Ellen era el apoyo de Escarlata, el ideal que ella quería
alcanzar en ese “mañana” que nunca ha de llegar, ese patrón por el que también
estaba hecha Melania. Sus días, en apariencia fáciles y tranquilos, no lo eran
en absoluto. El mundo pertenecía a los hombres, sí, pero eran las mujeres como
Ellen las que lo ponían en sus manos para que ellos disfrutaran de los
beneficios. “... las mujeres, siempre buenas, afables y fáciles al perdón”,
gobernaban las haciendas de sus maridos, amén de educar a sus hijos y cuidar de
los esclavos, como madres eternas de todos los que estaban a su lado desde el
momento de la boda y hasta el fin de sus días.
Un personaje tan destacado en la vida de Escarlata merecía
contar con la mejor intérprete posible. Selznick la halló en Barbara O’Neil,
pero no hemos de olvidar que sus primeras opciones fueron Lillian Gish (la “actriz favorita” del legendario D.W. Griffith y
personificación de la dulzura, y que sería años más tarde la Laura Belle de Duel in the Sun (Duelo al Sol, K. Vidor, 46)) y la actriz y escritora Cornelia Otis Skinner (1901-1979).
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